sábado, 13 de septiembre de 2014

¿Por qué lo hacemos?

Llega un momento en el que ya no puedes apartar la mirada y es ahí donde te lo encuentras. Al perro extraviado, al gato desvalido.
Los primeros suelen andar llenos de suciedad y te apuntan con los ojos vidriosos, perdidos. Llevan varios días esquivando coches y alguna que otra costilla se ha resentido en los encontronazos. Nadie explica a los perros domésticos cómo han de cruzar por la calle.
Los segundos maúllan sin descanso. Sienten miedo y hambre por partes iguales. Se les marcan las costillas y echan de menos a su madre.
Cuando decides llevarlos contigo a casa sabes que esperan unas cuantas semanas de trabajo, de visitas al veterinario, de patrullas por las redes sociales, de carteles colgados en farolas y de preocupación. Amigos y familiares también te apuntan con la mirada: "¿por qué te complicas la vida?", parecen decir todos. Supongo que porque no sabes hacerlo de otra manera. ¿Es tan difícil dar un poco de cariño?
En un mundo donde todo va deprisa, donde la gente se insensibiliza a marchas forzadas, donde la violencia y el desorden hace tiempo que campan a sus anchas, resulta esperanzador encontrar precisamente eso, la esperanza, en los ojos de un animal necesitado. Porque de eso precisamente se trata: de esperanza.
De esperanza y humanidad. Es cierto que ellos nunca lo harían, pero todavía quedan muchos de nosotros que tampoco lo hacen.

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